Sismicidad en México

Alexandro Medina Chena, Laura Alejandra Barradas Sánchez y Rafael Villegas Patraca

USPAE 

Desde el centro de la Tierra hasta su superficie, hay una distancia promedio de 6371 km. La corteza terrestre tiene un espesor de entre 7 km en los fondos marinos y 70 km en algunas porciones continentales; junto con la litósfera, la parte sólida externa del planeta “flota” sobre la astenósfera, porción fluida de donde proviene el magma y la lava volcánica.

En un modelo a escala del planeta del tamaño de una manzana, el espesor de la corteza terrestre sería menor que la cáscara de ese fruto. Para entender esto, podemos imaginar un bombón o malvavisco asado sobre una varita. La parte externa quemada y quebradiza sería la corteza terrestre, que flota sobre una porción fluida del malvavisco derretido. 

Los fragmentos de esa corteza quemada se pueden distinguir por sus bordes, y son el equivalente a las placas tectónicas terrestres, que surgen, se desplazan y chocan unas contra otras en una escala de tiempo geológico, es decir, por miles de millones de años, a velocidades de centímetros por año. En un año o dos, el efecto apenas es perceptible… pero a lo largo de millones de años, estos eventos configuran la distribución de continentes y océanos. 

En algunos bordes se forma nueva corteza (dorsales oceánicas), impulsando en direcciones opuestas la formación de las placas. En otros casos, dos placas pueden chocar en un movimiento ascendente, dando lugar a cordilleras montañosas como el Himalaya; también pueden darse fallas transformantes con desplazamientos laterales, como el caso de la falla de San Andrés, en el que la placa del Pacífico se desplaza hacia el noroeste (en relación con el resto de la República Mexicana): dentro de aproximadamente unos 50 mil años parte del estado norteamericano de California y la península de Baja California formarán una isla. 

Fenómeno de subducción de placas tectónicas

Un tercer tipo de interacción en las placas es la subducción: cuando una placa “se entierra” bajo otra con la que está chocando. Ese es el caso de la costa del Pacífico Mexicano, donde la Placa de Cocos subduce bajo la de Norteamérica, en un proceso que dista mucho de ser suave y apacible: implica cantidades inmensas de tensión y fricción, que suele liberarse a través de acomodos repentinos, produciendo terremotos. 

Un efecto secundario de ese proceso es el vulcanismo de subducción: proceso en el que se genera un incremento de la temperatura y la presión por debajo de la placa superior, lo que lleva consigo grandes cantidades de agua y otros materiales propios de la corteza, produciendo magmas particularmente explosivos por su viscosidad y contenido de gases. Es lo que dio lugar a la faja volcánica que atraviesa al país, desde el Volcán de Fuego de Colima, hasta el Pico de Orizaba, que, por cierto, sigue considerándose como activo.

El sismo más intenso registrado por instrumentos en la República Mexicana fue el terremoto de magnitud 8.2 del 7 de septiembre de 2017, con epicentro en el Golfo de Tehuantepec, y que tuvo 4326 réplicas durante los siguientes 15 días, incluyendo el evento del 19 de septiembre de ese mismo año, con magnitud 7.1.

Sin embargo, el 28 de marzo de 1878 ocurrió el denominado Terremoto de San Sixto, del que se estima que podría haber alcanzado una magnitud 8.6, generando un tsunami con olas de unos 18 metros de altura y una invasión del mar hasta unos 6 km tierra adentro en las proximidades de lo que actualmente es Pochutla, Oaxaca, con repercusiones limitadas debido a la escasa densidad demográfica de la época. 

Por otro lado, el terremoto más catastrófico ocurrido en México ha sido el del 19 de septiembre de 1985, ocurrido en las costas de Michoacán y Guerrero, con magnitud 8.1, seguido de su réplica más intensa al día siguiente, que alcanzó magnitud 7.6. El número preciso de muertos y heridos nunca se conoció con precisión. Según las llamadas cifras oficiales, se habló de entre 4 y 5 mil decesos, pero algunas organizaciones estiman entre 20 y 50 mil fallecimientos. También se estimaron alrededor de ocho mil trescientos millones de dólares en pérdidas económicas, así como que unas doscientas cincuenta mil personas perdieron sus hogares y que aproximadamente novecientas mil se vieron obligadas a abandonarlos.

Mapa de sismicidad anual 2023 en México, del Servicio Sismológico Nacional

En 2022 se presentó un sismo importante, magnitud 7.7, y en una total y desafortunada coincidencia, ocurre nuevamente un 19 de septiembre, lo que ha contribuido a generar un ambiente que puede ser un tanto ambivalente, entre sombrío por los recuerdos de los eventos trágicos del pasado, pero al mismo tiempo de singular celebración, representada en redes sociales con imágenes y frases como ¡septiembre, sorpréndeme!, bienvenido “septiemble” y otras por el estilo. La realidad es que con el conocimiento científico actual no es posible predecir la ocurrencia de un terremoto y, el que se presenten durante el mismo mes y en algunos casos el mismo día, resulta enteramente una casualidad. 

Los terremotos son parte de una serie de eventos que deben ser vistos a escala planetaria, en periodos de tiempo geológico. Los peligros ya estaban ahí cuando se asentaron las poblaciones. El hombre habita sitios que proveen de recursos: costas, la orilla de ríos, al pie de volcanes o sobre fallas tectónicas, ya que esos espacios generan recursos y tienen ventajas, pero también implican peligros, y para darse una idea de la frecuencia con que ocurren, durante todo el año 2023 se registraron un total de 24,186 eventos sísmicos en todo el territorio nacional. 

Si no reconocemos y no nos adaptamos a esos peligros, creamos potenciales situaciones catastróficas. Los llamados desastres naturales son en realidad, desastres antrópicos: ignorancia, corrupción, mala planeación, exceso de confianza, y otros factores humanos nos han llevado a ponernos en situaciones de riesgo.

Seguramente el Valle de México y sus alrededores seguirán siendo algunas de las regiones más densamente habitadas del país, y la población no abandonará las costas del Pacífico Mexicano o las orillas de ríos muy caudalosos, sin embargo, tenemos que continuar construyendo para eso una cultura de prevención de riesgos: tener planes de contingencia, rutas de escape, ser previsores y emplear el sentido común. 

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