Platicando con… ¿una polilla?
Ruth Valeria Ochoa Cázares y Dalila del Carmen Callejas Domínguez*
Las mariposas nocturnas, comúnmente conocidas como polillas, son fáciles de observar alrededor de las luces urbanas. Sin embargo, poco sabemos sobre ellas. El estudio de estos organismos nos permite conocer cómo interactúan con el ecosistema, cómo son y los hábitos que han desarrollado desde que aparecieron en el planeta.
A todos nos ha tocado estar fuera de nuestra casa por la noche y de pronto ver que, en el foco, rondan varios insectos voladores. Algunos se posan cerca de la luz y otros vuelan erráticamente alrededor de ella. Posiblemente, si nos hemos acercado, identificamos que por lo menos uno de estos animales era una polilla. Y si somos personas conscientes y curiosas, hemos pensado “¡ya basta! ¡deje de estamparse contra el foco!, ¿¿¿qué le pasa???”. Pues las polillas son seres muy interesantes que, si pudiéramos platicar con ellas, comprenderíamos por qué salen de noche a estamparse contra la primera lámpara que ven… o por qué tienen cuerpos chonchos y peludos… o por qué hay algunas que parecen serpientes venenosas. Aunque sentarnos a entrevistarlas no parece tan probable en un futuro cercano, sí podemos estudiarlas y entender la manera en la que se comunican con el exterior, así como los modos de vida tan particulares que a continuación se describen.
Antes que nada, es importante tener claro que las polillas son mariposas con hábitos por lo general nocturnos que se encuentran agrupadas en el orden Lepidoptera, en donde también están las mariposas que observamos durante el día. Los miembros de este orden se caracterizan por tener dos pares de amplias alas, el cuerpo recubierto por escamas y la mayoría tienen el aparato bucal modificado a manera de tubo, conocido como espiritrompa. Esta modificación les permite alimentarse de líquidos como el néctar de las flores y otras sustancias azucaradas como la fruta podrida, carroña, secreciones humanas, excretas de animales, entre otras. También sorben agua de charcos o de lodo para obtener los nutrientes que les hacen falta en su dieta. Su espiritrompa es reflejo de la estrecha relación que estos animales han desarrollado con las plantas con flor y de la diversificación conjunta entre ambos grupos.
Es común que las polillas que observamos durante la noche tengan colores poco llamativos, antenas amplias, una apariencia peluda y el cuerpo más robusto que el de las mariposas diurnas. Esto último se debe a que, almacenando energía, pueden mantener una temperatura adecuada en su vida nocturna. Las grandes antenas y las coloraciones en sus cuerpos están relacionadas a la forma en la que se comunican con su entorno. Por un lado, las antenas amplias les permiten detectar sustancias químicas en el aire, como las feromonas; estas son liberadas, por ejemplo, cuando las polillas buscan pareja para reproducirse. Aunque principalmente lo hacen las hembras, algunos machos tienen estructuras muy particulares para este fin.
Con respecto a los colores que presentan y los patrones que tienen en sus alas, sabemos que están relacionados al mensaje que le quieren dar a sus posibles depredadores: si tienen colores brillantes como el rojo, el naranja, el amarillo o el azul, significa que almacenan toxinas en su cuerpo y que es mejor no comérselas. Por otra parte, si los patrones en sus alas asemejan los ojos de un amenazante animal, significa que quieren tomarles el pelo a sus depredadores aparentando ser muy peligrosas. Finalmente, si sus colores o patrones se confunden con el entorno que las rodea, más bien no quieren dar ningún mensaje, pasando desapercibidas para que nadie se las coma. Como bien dicen por ahí, por la boca muere el pez.
Hasta ahora, no cabe duda que, las polillas son seres muy interesantes y expresivos. Pero también les gusta poner atención a su alrededor. Por ejemplo, se guían de las luces celestiales (como la Luna) y del campo electromagnético de la Tierra para saber hacia dónde ir cuando llega el invierno y migran a otros lugares en busca de calor. Además, como son la principal fuente de alimento de algunos murciélagos, han desarrollado órganos timpánicos para percibir los chasquidos que emiten estos mamíferos y evitar ser devoradas. Por último, son capaces de percibir las señales que las plantas emiten para saber dónde poner sus huevecillos, los cuales se convertirán posteriormente en larvas y se dedicarán a devorar plantas hasta transformarse en capullos.
Después de millones de años, continúan adaptándose a los cambios de su entorno, como la deforestación, el cambio climático o la urbanización, por lo que seguiremos observándolas en nuestros focos y compartiendo este planeta con ellas. Y aunque no nos pueden hablar, si pudieran hacerlo, seguramente nos reprenderían por la inconsciencia de poner una Luna en la esquina de cada calle.
"La opinión es responsabilidad de los autores y no representa una postura institucional”
*Jardín Botánico Francisco Javier Clavijero, Instituto de Ecología A.C.